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Pieza del mes julio 2009
- La pieza
- Biografía
- El cuadro
- Biografía del artista
- Ficha técnica
INTRODUCCIÓN
Personaje bíblico que, según la tradición, dedicó el resto de sus días a la penitencia. Esta creencia medieval originó, desde fecha muy temprana, un tipo de iconografía que la distinguía especialmente de otras santas de la Iglesia, siendo representada desnuda o con ricas indumentarias. Ambas representaciones responden a las leyendas europeas –en torno al siglo X– que narran la llegada de La Magdalena a Marsella, donde llevará a cabo su penitencia. Sin embargo, sabemos que el incipiente cristianismo occidental, fundió en una sola figura, la de la santa, a tres personajes femeninos nombrados en los Evangelios: María Magdalena, María de Betanía y aquella mujer que ungió los pies de Cristo en casa de Simón el fariseo.
Durante la Edad Media crece el culto popular hacia la santa, especialmente entre las gentes más humildes. Esto originó su aparición en las representaciones de la crucifixión o calvarios, cercana a la figura de Cristo, así como un interés por exponer a los ojos del fiel otras facetas de su vida relacionadas con la humildad y la penitencia.
En los albores del siglo XVII la iconografía de La Magdalena se abre a nuevas representaciones propiciadas por el fuerte desarrollo del luteranismo y la negación de los protestantes del sacramento de la penitencia. Por tanto, la Europa católica contraatacó con este incremento iconográfico que venía a justificar y legitimar el sacramento del perdón. El movimiento contrarreformista motivó que estas representaciones se hicieran de forma más severa, por lo que comienzan a aparecer la calavera, el crucifijo, la túnica de sarga o el bote de perfume, que serán sus símbolos parlantes en alusión al sacrificio, la penuria y la caducidad de las glorias humanas. Así, en la última sesión del Concilio de Trento -3 de diciembre de 1563– se promulgó el decreto “de invocatione, veneratione et reliquiis sanctorum et de sacris imaginibus” donde se impone a los artistas las formalidades para presentar a la santa, abandonando definitivamente las fuentes de los Evangelios apócrifos o La Leyenda Dorada, tan recurrentes para los autores medievales.
Nota: Una nueva autoría del fondo artístico del Ateneo. La Magdalena, un óleo sobre lienzo, es el cuadro más antiguo que posee en su colección el Ateneo de Madrid . Hasta ahora el cuadro estaba atribuido a la Escuela de Rafael de Sanzio (Urbino, 1483 – Roma, 1520). Un reciente estudio llevado a cabo sobre el lienzo, por un experto en pintura italiana del Museo Nacional del Prado, atribuye la obra al artista barroco Isidoro Bianchi (Italia, 1581 – 1662).
La obra nos presenta a La Magdalena en el momento que asunta al cielo ayudada por dos pequeños ángeles. Sobre un fondo neutro matizado por las nubes, se disponen las tres figuras que marcan una composición horizontal. La figura, joven y bella, idealiza a la santa, alejándose de la narrativa bíblica.
Es destacable, a la vez que peculiar, la representación iconográfica de la santa, que nos muestra sus pechos asomando entre su larga cabellera. Este modo de representarla es común a finales del Renacimiento, donde se adoptan nuevas iconografías debidas al Concilio de Trento rompiendo así con las peculiaridades medievales. No obstante, el desnudo viene haciendo alusión a la belleza que caracterizaba a La Magdalena, cosa poco común y en discordancia con las pautas trentinas, ya que se aleja del básico principio que definió las cualidades del personaje: la caducidad de las glorias humanas. Así, esta nueva representación debemos relacionarla con el episodio del arrepentimiento de La Magdalena, en el que renuncia a las vanidades del mundo por medio del éxtasis. A comienzos del siglo xvii –fecha en la que debemos datar esta obra– el cardenal Federico Borromeo publicó De Estaticis Mulieribus et Illusis, obra en la cual describía el éxtasis. Pronto los artistas se hicieron eco de la publicación, cosa que les ofrecía la posibilidad de modernizar sus pinturas de temática sagrada. Caravaggio dotó de tal violencia expresiva a esta iconografía, que pronto la temática de estas pinturas fue interpretada como la muerte de La Magdalena, abriendo una nueva vía de representación para la santa.
La figura también nos muestra un lenguaje corporal que nos ayuda a establecer una fecha aproximada de su realización. La postura de las manos, hacia el corazón, nos pone en contacto con el significado medieval de sinceridad, aceptación e interioridad, promulgados por San Ignacio de Loyola en su obra Ejercicios Espirituales. La publicación en 1593 de Iconología, obra de Cesare Ripa, dará las pautas al pintor del siglo XVII de cómo debe representar las manos de La Magdalena: “se pinta una mano abierta y hacia lo alto, la otra cerrada y hacia abajo, indicando la relación de la mente con los elevados pensamientos celestes y la pequeñez de las vanidades terrenales”.
Sin embargo, el lienzo se nos muestra incompleto. Es notorio el corte o amputación que antaño sufrió la tela. En origen debió presentar un mayor tamaño, revelando a la santa en cuerpo entero y, seguramente, con sus atributos penitentes a los pies y una corte de angelotes. A la vez, las influencias de la pintura barroca ya están presentes, matizando mucho a las de la escuela de Rafael de Sanzio, si bien es evidente que la obra pertenece a la escuela italiana del siglo XVII, tanto por la composición, como por la representación iconográfica –poco usual en España– el color o el uso de la luz, dentro de los parámetros tenebristas.
La obra entró a formar parte de la colección del Ateneo de Madrid en mayo de 2003, tras la donación realizada por don Juan Ramón Azcárraga Laso.
La presente obra, anónima, se atribuye a la Escuela de Rafael de Sanzio (Urbino, 1483 – Roma, 1520) artista que marcó un punto de inflexión en las maneras de hacer de la pintura renacentista italiana y europeas. Rivalizando con otro gran artista del momento, Miguel Ángel, Rafael tuvo varios discípulos que siguieron sus pasos pictóricos. Muchos de estos seguidores desarrollaron su carrera fuera de la península itálica, llegando a establecer residencia y taller en otros países como España, mientras que otros viajarán a Roma para estudiar e interpretar sus pautas pictóricas.
Las obras con influencias o de la escuela de Rafael, fueron muy apreciadas a lo largo del siglo XVI y XVII. Sus composiciones y los peculiares rostros de sus figuras, pueden apreciarse en otros talleres europeos que fusionan estos elementos con el colorido de la escuela veneciana. En la segunda mitad del siglo XIX, las maneras de hacer de Rafael se recuperaran en todo su apogeo por los pre-rafaelitas.