-
diciembre 2013
-
noviembre 2013
-
octubre 2013
-
septiembre 2013
-
agosto 2013
-
julio 2013
-
junio 2013
-
mayo 2013
-
abril 2013
-
marzo 2013
-
enero 2013
-
diciembre 2012
-
noviembre 2012
-
octubre 2012
-
septiembre 2012
-
agosto 2012
-
julio 2012
-
mayo 2012
-
abril 2012
-
marzo 2012
-
febrero 2012
-
enero 2012
-
diciembre 2011
-
noviembre 2011
-
octubre 2011
-
septiembre 2011
-
agosto 2011
-
julio 2011
-
junio 2011
-
mayo 2011
-
abril 2011
-
marzo 2011
-
febrero 2011
-
diciembre 2010
-
noviembre 2010
-
octubre 2010
-
septiembre 2010
-
agosto 2010
-
julio 2010
-
junio 2010
-
abril 2010
-
marzo 2010
-
febrero 2010
-
enero 2010
-
octubre 2009
-
septiembre 2009
-
agosto 2009
-
julio 2009
-
junio 2009
-
mayo 2009
-
marzo 2009
-
febrero 2009
Pieza del mes abril 2011
- La pieza
- Biografía
- El cuadro
- Biografía del artista
- Ficha técnica
INTRODUCCIÓN
El despacho de Azaña o sala Azaña, llamada así por su ilustre ocupante, es un emblemático espacio del Ateneo de Madrid que ha recogido trascendentales momentos para la institución y para la historia más reciente de España. Sus muros han sido testigos mudos de importantes reuniones y del paso de grandes personajes que, más allá de presidir el Ateneo de Madrid, han sido piezas capitales de la cultura, la política y el pensamiento contemporáneo.
En este rincón del Ateneo de Madrid se custodian algunas de las joyas de la docta casa –como es el retrato del propio Manuel Azaña o el que Joaquín Sorolla realizó de su colega Eduardo Rosales– y por aquí han pasado personajes de la talla de Madame Curie o Albert Einstein, Unamuno, Ortega y Gasset, reyes, premios Nobel y grandes políticos que forman parte de nuestra historia más reciente.
Inalterable al paso del tiempo es, sin lugar a dudas, un espacio que emociona al visitante.
LA OBRA
Bajo las trazas que los arquitectos Luis Landecho y Enrique Fort marcaron para alzar el edificio que alberga la sede del Ateneo de Madrid, destacaría la llamada sala de La Cacharrería, espacio mítico donde las acaloradas tertulias y debates iban a ser protagonistas. Un espacio abierto, casi diáfano, que cierra la planta noble del edificio y formado con dos grandes crujías que dividen la estancia en tres zonas perfectamente marcadas. La última de estas zonas y la más pequeña en tamaño, es donde se ubicaría el futuro despacho de Manuel Azaña o sala Azaña. Con acceso por la Galería de Retratos y a través de la crujía por tres vanos al resto de La Cacharrería, sus paredes quedaron decoradas por los tapizados adamascados que tanto marcaron la decoración de finales del siglo XIX. Sus muros servían como soporte al intenso rojo de la seda sobre el que descansaban retratos de aquellos ilustres socios del Ateneo de Madrid y los sillones de fumador se distribuían en los pocos metros cuadrados con los que cuenta la estancia.
Apenas sin intervenciones, desde su inauguración en 1884, el edificio ya presentaba una serie de necesidades que pronto se vieron reflejadas en la ampliación que en 1910 se llevó a cabo en la Biblioteca. Algo parecido ocurrió en el resto de las estancias que comenzaron a cambiar su aspecto, tal y como ocurrió con la sala Azaña. La difícil situación económica del Ateneo de Madrid en la década de 1910-1920 –aún se adeudaban a los bancos más de 600.000 pesetas del crédito que se pidió para levantar el edificio– hizo que la imaginación y el reciclaje fuera la salida perfecta para modernizar, con un bajo coste económico, determinados espacios. Así ocurrió con la sala Azaña, donde en 1918 se procedió a reformarla y a recubrir sus desgastadas tapicerías por unas carpinterías de madera dentro del más puro estilo Art decó. Apenas dos meses antes –el 15 de noviembre de 1917– se había estrenado en el Teatro Español la obra El Pueblo dormido, tragicomedia firmada por Federico Oliver, cuyos decorados, una vez desmontados, fueron a parar al Ateneo de Madrid y, recortados y adaptados, fueron reutilizados para decorar con ellos la sala Azaña. Los antiguos lienzos firmados por Beruete, Monleón, Ferriz y Lhardy, se encastraron en los paños de madera. Los ajustes de alzada se solucionaron elevando las carpinterías un metro desde el suelo –salvando así la falta de altura de éstas respecto a la sala– y el muro de las ventanas quedó sin recubrirse, ya que éste era la comunicación visual del escenario con la platea del teatro y carecía de lienzo.
Una vez ajustado este escenario teatral, la sala permaneció comunicada con el resto de La Cacharrería a través de los tres vamos que actualmente existen. Muy posiblemente en la década de 1930, seguramente con Manuel Azaña en la presidencia del Ateneo y coincidiendo con su presidencia del Gobierno en 1932, se procedió a su cierre definitivo y a dejar el acceso a la misma por la Galería de Retratos y por la puerta de acceso adintelada hacia La Cacharrería, cubriendo con dos láminas de espejo las arcadas laterales. Así ha permanecido hasta nuestros días.
Su singularidad y descontextualización respecto al resto de la decoración del edificio –obra de Arturo Mélida y Alinari– hacen que el despacho Azaña destaque con personalidad propia, fascine al visitante y ponga en relieve la imagen de uno de los socios más ilustres del Ateneo de Madrid que, sin dudarlo, contribuyó con la institución de una forma singular a través de este espacio.
Manuel Azaña Díaz-Gallo (Alcalá de Henares, 1880 – Montauban, Francia, 1940)
Tomando los derroteros de la política, su alma artística destacó en su sensibilidad hacia las Artes, la literatura, en su defensa del patrimonio artístico español y su labor capital en la ampliación del patrimonio mueble e inmueble del Ateneo de Madrid.
La tarea que Manuel Azaña (Alcalá de Henares, 1880 – Montauban, Francia, 1940) acometerá en el Ateneo de Madrid tiene un carácter continuado en la docta casa desde que, muy joven, el político y escritor comenzó a visitarla y a formar parte de la misma. A pesar de haber ostentado varios cargos en la Junta de Gobierno del Ateneo de Madrid (Secretario 2º en 1913 y Presidente en 1930) Azaña pronto se vinculó a la actividad de la institución y participó de la misma de una forma muy activa durante tres largas y conflictivas décadas. A él se le debe el magnífico inventario que realizó de los bienes y enseres del Ateneo en el año 1913, así como la dirección de las obras que, junto al arquitecto Luis Landecho, realizó para la ampliación del edificio de Prado 21 con el de Santa Catalina 10, obras que se acometieron en 1913. Posteriormente y bajo su presidencia en el Ateneo (1930-1932), reabrirá la sala de exposiciones Santa Catalina, convirtiéndola –junto con el escultor Victorio Macho– en el gran referente de las nuevas y arriesgadas propuestas artísticas, apostando por las obras de autores como Benjamín Palencia, Alberto Sánchez o Ramón Acín, así como la mítica exposición de Arte Revolucionario que invadió la sala en 1931 bajo la supervisión de María Teresa León y Rafael Alberti.
Autor: anónimo del siglo XX. Escenografía recuperada por el Ateneo de Madrid del Teatro Español.
Cronología: 1917 – 1918.
Técnica: ensamblaje de madera de pino y policromía con pintura al aceite.
Medidas: varias.Firmas o inscripciones: no.
Contexto cultural o estilo: Art Decó con influencias de motivos orientalistas.
Exposiciones: no.