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MESA PRESIDENCIAL DEL ATENEO DE MADRID
INTRODUCCIÓN
La decoración del Ateneo de Madrid debe su singularidad a la mano de Arturo Mélida y Alinari, hombre que supo llevar a cabo un complejo programa iconográfico que no sólo se adscribió a las pinturas murales, sino a la realización de la fachada, la rejería y otros elementos como el propio mobiliario. Sin lugar a dudas, esta intervención unificó la estética del edificio creando un solo conjunto, indivisible, huyendo de las tendencias eclécticas que imperaban en la decoración a finales del siglo XIX.
Mélida se sirvió de un símbolo del Ateneo para ejercer de leit motiv: la lámpara de la sabiduría. Presente ésta en el escudo de la institución, en las pinturas murales o en la decoración de la fachada, también la encontramos reproducida en el mobiliario, tal y como apreciamos en las antiguas sillas de la biblioteca o en la mesa presidencial. Esta mesa ha sido soporte de los actos más solemnes de la institución. Presidiendo el salón de actos, ha servido para que ilustres personajes desarrollaran sus conferencias y discursos. Fue usada por primera vez el 31 de enero de 1884, cuando Cánovas del Castillo y Alfonso XII inauguraron el edificio que ocupa la actual sede del Ateneo de Madrid.
Compuesta por tres cuerpos que se ensamblan entre sí, por medio de unos grandes y ocultos travesaños, esta mesa presenta el porte necesario para acoger los actos más solemnes de la institución. Así lo ha hecho durante más de 125 años.
Arturo Mélida presentó a Luis Landecho y Enrique Fort diferentes bocetos para realizar el mobiliario del Ateneo de Madrid. En un principio se pensó en acometer éste dentro de un estilo neo-renacentista –tan de moda en los finales del siglo XIX– si bien, finalmente, se optó por interpretar el mobiliario del barroco español. Así, esta mesa sigue los modelos arquitectónicos de las fachadas barrocas con influencia italiana que tan al gusto del siglo XVIII proliferaron en la arquitectura española.
De marcado carácter horizontal, queda roto éste por los elementos decorativos que la componen, así como por el avance del cuerpo central. Las pilastras rompen también la horizontalidad, no sólo por dar verticalidad al conjunto, sino por las ingletaduras que constituyen un volumen y que sirven para remarcar las cartelas o tarjas que se emplean como elementos decorativos en las superficies. La decoración se hace más profusa en el cuerpo central, donde se nos muestra la lámpara de la sabiduría, símbolo y escudo del Ateneo de Madrid.
El motivo decorativo central de esta mesa, la lámpara, encierra el significado de la institución, algo que va más allá de un simple elemento de ornato. Utilizada para definir o representar determinados conceptos asociados al conocimiento, encontramos referencia a la lámpara de la sabiduría en el Evangelio – Mateo 25, 1-13– cuando éste se refiere a la prudencia y la sabiduría a través de aquéllas que descuidaron el aceite de sus lámparas. También existen alusiones a esta lámpara en otras religiones orientales, tal es el caso de la Budista. Por otro lado, las teorías teosóficas –nacidas en Nueva York en 1875– vivieron su etapa más álgida en la década de 1880, justo cuando el Ateneo de Madrid emprendía la construcción de su nueva sede en la calle del Prado, por lo que esta doctrina pudo ser la fuente de inspiración decorativa en la que Mélida basó la ornamentación del edificio, donde la lámpara de la sabiduría se repite constantemente a lo largo de las estancias y el mobiliario. Pero este elemento de luminaria también pudo ser inspiración de otros hombres que, posteriormente, frecuentaron el Ateneo de Madrid. En 1916 Ramón María del Valle-Inclán es nombrado titular de la cátedra de Estética de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y publica su ensayo La Lámpara Maravillosa, donde realiza una meditación sobre el hecho literario, muy influida por el ocultismo de autores como Mario Roso de Luna y Helena Blavatsky. La relación de Valle-Inclán y Roso de Luna se fragua en las dependencias del Ateneo de Madrid, donde compartieron espacios y tertulias, no siendo extraño que ambos llegaran a debatir sobre una imagen que engalanaba la mesa sobre la cual se dirigían al público.
Arturo Mélida y Alinari
(Madrid, 1849 – 1902). Formado tanto en la pintura como en la arquitectura y la escultura, desarrolló su tarea docente en la Cátedra de Modelado en la Escuela de Arquitectura de Madrid, si bien sus inquietudes pronto derivaron por el mundo de la ilustración, campo en el que destacó y puso en valor nuevas formas de hacer.
Se convirtió en uno de los más grandes y demandados pintores decorativos de finales del siglo XIX y su obra se puede contemplar en edificios como el Ministerio de Hacienda, el palacio Bauer o el Ateneo de Madrid, entre otros muchos. Su tarea escultórica queda destacada en la estatua de Cristóbal Colón que adorna la madrileña Plaza de Colón. Destacable fue su labor como ilustrador, donde llevó a cabo importantes obras como Episodios nacionales, de Pérez Galdós o Leyendas, de José Zorrilla, además de otras obras menores en este campo como carteles, bocetos para escenografías, abanicos, etc. También destacó en el diseño de mobiliario como el realizado para el propio Ateneo de Madrid.
El reconocimiento artístico vino avalado no sólo por su extensa clientela y demanda, sino por su designación como miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1899.
Su relación con el Ateneo de Madrid fue constante a lo largo de su vida, siendo socio de la institución, con el número 3.928, y estando en contacto permanente con la entonces denominada Sección de Bellas Artes.
Autor: Arturo Mélida y Alinari (Madrid, 1849 – 1902).
Cronología: hacia 1883.
Técnica: ebanistería en madera de nogal, tallada y ensamblada. Sobre tapizado en terciopelo de algodón.
Medidas: 330 x 110 x 90 centímetros.
Firmas o inscripciones: no
Contexto cultural o estilo: arte decorativo español del siglo XIX.
Exposiciones: no.