Verano de 1931
El Ateneo de Madrid impulsa la vanguardia artística.
Las salas de exposiciones del Ateneo de Madrid fueron el contenedor perfecto para dar cabida a los nuevos lenguajes artísticos. A finales del mes de junio de 1931 Ramón Acín (Huesca, 1888–1936) estrenaba la recientemente remodelada sala de El Saloncito con sus esculturas. A la par de la exposición de Ramón, y en la sala Santa Catalina del Ateneo, Alberto Sánchez y Benjamín Palencia exponían sus obras y cimentaban la llamada Escuela de Vallecas.
A finales de la década de 1920 Madrid era el polo de atracción de todos aquellos jóvenes artistas que, hastiados con los convencionalismos, ofrecían dar un paso más allá de las formalidades que llenaban los decadentes salones artísticos. El ambiente era propicio no sólo por las inquietudes de aquellos jóvenes, sino por los apoyos que empezaron a recibir de críticos visionarios que preludiaban un inmediato cambio en las formas plásticas.
Las salas de exposiciones del Ateneo de Madrid –importantes crisoles en el campo de las Bellas Artes y destacadas dentro del panorama artístico de la época por sus exitosas y arriesgadas exhibiciones– sin lugar a dudas fueron el contenedor perfecto para dar cabida a los nuevos lenguajes artísticos. El escultor Victorio Macho es nombrado presidente de la Sección de Artes Plásticas en 1930. El afamado escultor no dudaría en abrir las puertas del Ateneo a esos jóvenes artistas que representaban la vertiente más transgresora en el arte español de aquellos años. A finales del mes de junio de 1931 Ramón Acín (Huesca, 1888–1936) estrenaba la recientemente remodelada sala de El Saloncito con sus esculturas. Acín mostró al público una serie de fotografías de maquetas junto con unas originales esculturas en chapa metálica recortada. Además, la tarde del 20 de junio el propio escultor ofreció una conferencia en el salón de actos del Ateneo bajo el título El violín de Ingres, donde expuso un significativo texto que definía su concepción artística. La exposición se vio respaldada por un importante éxito en las ventas –dinero que posiblemente le valió para financiar a su amigo Luis Buñuel el film Tierra sin pan– y en la crítica, lo que hizo que su clausura se dilatara en el tiempo hasta el mes de septiembre. A la par de la exposición de Ramón, y en la sala Santa Catalina del Ateneo, Alberto Sánchez y Benjamín Palencia exponían sus obras y cimentaban la llamada Escuela de Vallecas.
Ramón Acín había sido uno de esos artistas que se formó a sí mismo sin necesidad de pasar por las Academias o Escuelas de Dibujo. Era, por tanto, un autodidacta en el más amplio sentido de la palabra. Dedicado a la docencia artística en la Escuela Normal de Maestros de Huesca, sus inquietudes plásticas le valieron ser pensionado en Madrid entre 1913 y 1915, donde pronto entabla amistad con Ramón Gómez de la Serna. Su estancia en París –en 1926– acerca al oscense a la Vanguardia artística más importante de Europa, donde se inclina por los movimientos surrealista y constructivista a los que enriquece con cualquier otra tendencia artística de la época antes de plasmarlos en sus formas de hacer.
Destacado anarcosindicalista, sus ideas políticas le llevaron a participar en la sublevación de Jaca en 1930 –sublevación que afectó especialmente a la vida del Ateneo de Madrid que se vio clausurado por el General Berenguer al haber participado en las revueltas reconocidos socios de la institución– lo que hizo que tuviera que exiliarse durante unos meses en París. Su reconocida militancia anarquista hizo frecuente su encarcelamiento hasta que, a primeros de agosto de 1936 es detenido en Huesca y rápidamente ejecutado por fusilamiento.
Documentos de interés:
1931-07-05. Exposición de Ramón Acín. Blanco y negro (Madrid)